lunes, 23 de febrero de 2009

Filosofía de sobremesa

Este año me trajeron SS.MM. los Reyes Magos de Oriente un calendario de sobremesa con frases a cuenta de la famosa ley de Murphy. Claro, para escribir 365 frases ingeniosas igual no da, pero algunas de ellas son muy buenas. De las vistas hasta hoy, destacaría una de finales de Enero que decía “No se enfade, vénguese” o la de este sábado pasado, que me parece digna del primo ácido de Confucio:

“Es recomendable recordar que todo el Universo, con una insignificante excepción, está compuesto de otros”. Conozco a demasiada gente que se la tendría que grabar en el espejo.

miércoles, 11 de febrero de 2009

De la relación directa entre anormales y pantalones

Vivo en un sitio de esos donde por la mañana hace un frío que corta el pis. Llevamos 3 meses finos, en ese sentido. Es también un sitio donde vive mucha gente chachi guay piruli, sin darse cuenta de que el único chachi guay piruli aquí soy yo. Allá ellos y su bendita ignorancia.

La cosa es que en el maravilloso mundo de Chachiguaypirulilandia siempre hace calor. O al menos esa es la impresión que me da, porque llevo un invierno de ver a gente haciendo que tiene calor que es algo flipante. El día que se batió el récord de temperaturas bajas de los últimos 25 años, al llegar a la oficina vi a un cuarentón pasar en un mini descapotable. Sí, sí, sin la capota, calva al viento. A 7 grados bajo cero. Las cosas se deben de estar poniendo muy mal los sábados noche en los desguaces como para intentar pillar así un lunes por la mañana, a no ser que lo que se quiera es una neumonía.

Pero la gota que colmó el vaso fue la semana pasada. No había -7ºC , pero 0 grados, aunque diga el chiste que “ni frío ni calor”, a mí me sigue pareciendo una temperatura, cuando menos, fresquita. Pues enfrente de mi oficina, a la puerta de una urbanización llena de futbolistas, actores y gente menos famosa pero más rica aún, me encontré a las 8 y cuarto de la mañana con dos niños casi impecablemente vestidos, peinados y perfumados para ir al colegio. Y digo lo de “casi” porque saltaba a la vista un detalle que probablemente no tenga importancia para los progenitores de los dos querubines, pero que sí la tiene, y mucha, para los dos afectados y cualquier observador con dos dedos de frente: llevaban pantalones cortos.

Vamos a ver, a mí ya me parece antinatura que un crío de 6 años tenga que salir de casa de noche para ir al colegio (que se lo pregunten a los sufridos niños gallegos, que se pasan medio curso sin ver la luz del día hasta el primer recreo). Pero que encima les obliguen a pasar frío… no me jodas. Seguro que su madre va por la peluquería presumiendo de los guapísimos y lo listos que son sus hijos. Y su padre enseña en el trabajo las fotos de las últimas vacaciones en Puerto Banús pregonando lo machotes que le han salido sus dos “cabroncetes” (esto es real, se lo he oído esta mañana en mi trabajo a un tío de corbata). Pero resulta que esos dos cabroncetes, esa misma madrugada, ya no sabían qué postura poner esperando al autobús, que uno duda de si se están meando o tienen las rótulas dislocadas (unas rótulas levemente cubiertas por un pellejo violeta cuarteado como los zapatos sin betún), mientras pedían a gritos con la mirada que alguien los matase para dejar de sufrir. Claro, sus orgullosos padres no se enteran de esto porque están desayunando mientras a los críos les acompañaba en la acera su interna boliviana, también impecablemente vestida con su cofia y delantal de puntillas, a la que pagan 400 € al mes por vivir en una habitación con tragaluz acondicionada en el semisótano de la casa.

Y me he puesto de tan mal humor escribiendo esto que ya dejaré para otro día al anormal que hoy iba en el metro con los pantalones atados a medio muslo, caminando como un pingüino que se ha cagado encima, para que así todos pudiéramos admirar sus gayumbos blancos de algodón, simétricamente divididos en su parte trasera por una raya húmeda beige.

viernes, 6 de febrero de 2009

Nonatonal Geographic: El Homo Currantis

Está claro que la raza humana evoluciona. En qué dirección es algo que está por ver, pero desde el Australopithecus hemos cambiado un poquito. No sólo en volumen craneal, mucho mayor ahora (de lo cual este humilde presentador es patente ejemplo, cual chupachups andante), o en pérdida de vello corporal (aquí este presentador sí conserva, para excepción de la regla, la peluda epidermis de sus antepasados del valle del Rift), sino también en cómo nos interrelacionamos con nuestro medio. Es obvio que no vemos, sentimos ni pensamos acerca de las cosas que nos rodean como podían hacerlo hace 2 millones de años. De aquella no existían las facturas…

Pero a su vez, todo hombre sufre su propia evolución a través de las edades a las que le toque en suerte llegar. Tras una primera etapa, centrada en el crecimiento óseo (Homo Berrinchis), llega otra dedicada al crecimiento glandular (Homo Erectus). Esta segunda etapa supone un punto diferenciador, entre los que se quedan estancados ahí para siempre y los que, aún luchando por seguir siendo Erectus, se ven abocados a un nuevo cambio y desembocan en el Homo Currantis.

A nivel físico, el Homo Currantis se asemeja al ya extinguido en nuestras latitudes Homo Esclavis. Aún conservando la postura bípeda, se produce un ligero encorvamiento dorsal debido a las labores cotidianas que, a pesar de ser bien diferentes de las del Esclavis, le llevan el mismo tiempo y le otorgan el mismo aspecto general degradado. Esporádicamente, renace el carácter Erectus que ha ido dejando atrás, pero a base de grandes esfuerzos y, con frecuencia, de forma no natural.

Sin embargo, la gran evolución (o involución, según se mire), surge en el aspecto psicológico y de comportamiento. Donde antes el sistema límbico cerebral daba sencillas órdenes basadas en las necesidades primarias de todo mamífero (comer, dormir y reproducirse o hacer como que se quiere reproducir), ahora se dan una serie de nuevas interconexiones cerebrales provocadas por un córtex malfuncionante por sobrecarga de información. Todo esto parece complicado, pero lo veremos perfectamente en su aplicación al devenir diario del protagonista de nuestro capítulo de hoy.

El Homo Currantis se caracteriza por tener dos funciones principales, excluyentes entre sí: trabajar fuera de casa y trabajar en casa, para lo cual dispone de un máximo de 24 horas diarias. Las funciones caseras eran antes de la evolución realizadas por algún otro miembro de la tribu, lo cual le permitía seguir siendo Homo Erectus sin mayor inconveniente. Sin embargo, el desarrollo de nuestro protagonista le lleva en la actualidad a acumular ambas disciplinas en su persona. Como ya desde su etapa de Erectus su escasa capacidad le impedía realizar dos tareas a la vez, el estrés inherente a intentar compaginar sus funciones actuales sin menoscabo de su eficacia lleva a nuestro protagonista a sufrir una especie de cortocircuitos neuronales, provocando una transitoria pérdida de atención, equilibrio, funciones corporales o, incluso, conocimiento.

El ejemplo podría ser éste: el Homo Currantis se encuentra en pleno día en una importante reunión de su tarea 1 (trabajo fuera de casa). Un montón de señores encorbatados discuten acerca de un importante proyecto en una sala en la que un proyector dibuja en la pared gráficas de toda forma, color e incomprensibilidad. Nuestro hombre se concentra la máximo en seguir el hilo argumentativo de un individuo de cara muy seria y traje impecablemente planchado. De repente, sin previo aviso, su cerebro sufre un brusco giro de engranajes y entrecruza información de su tarea 2 (trabajo en casa): se acuerda de que se ha olvidado de sacar el pollo a descongelar para el guiso de esta noche. Esto se traduce físicamente en una torsión del gesto facial, similar a la que se produce cuando se huele un pedo ajeno, acompañado de una honda inspiración. Durante no más de 5 ó 10 segundos, la concentración neuronal pierde su foco, pero es en ese preciso instante cuando el individuo del traje pregunta: “Nonato, ¿puede usted confirmarnos este extremo?”. En las siguientes 7 décimas de segundo, se suceden una serie de curiosas reacciones físicas y neuronales. Una rápida subida de tensión arterial acude al rostro del Homo Currantis mientras su cerebro intenta olvidarse del pollo y rebobinar en el subconsciente para intentar encontrar algún registro subliminal de lo que se ha hablado en la sala 10 segundos antes. Así, por los ojos ahora vidriosos de nuestro protagonista se suceden vertiginosamente las imágenes de la gráfica de la pared, tres contramuslos de pollo entrando y saliendo sin parar de un congelador en rewind / fast forward y el individuo del traje mirándole fijamente en calzoncillos.

[Fundido a negro que en EE.UU. sería un paso a publicidad. Se abre desde negro]

El Homo Currantis, la 3ª etapa de la evolución humana. El Homo Currantis ha llegado a ese estado tras no pocas vicisitudes, no todas deseadas, a lo largo de su corta e intensa vida. Pero se halla ahora en un momento crítico que puede suponer una inflexión en su ya de por sí complicada existencia. En una fría sala de reuniones, un cortocircuito neuronal le lleva a una delicada situación y en la mente del Currantis se suceden vertiginosamente las imágenes de una gráfica de datos en la pared, tres contramuslos de pollo entrando y saliendo sin parar de un congelador en rewind / fast forward y un individuo antes trajeado mirándole fijamente en calzoncillos.

En el caso de los menos evolucionados, puede producirse aquí un colapso que le lleve a inhabilitarse para su tarea fuera de casa. Volverá entonces al seno de la tribu y sufrirá una involución que le llevará de nuevo al Homo Erectus, aunque ya con ciertos tintes verdes en el rostro. Por otro lado, está el Homo Currantis más evolucionado, el que ha sabido ir sorteando las trampas de la madre naturaleza y que ha adquirido la destreza necesaria para sobrevivir en un medio tan hostil:

“Ssssssssi… aproximadamente,… pero lo revisaré de todos modos. Mándeme un mail y esta misma tarde se lo confirmo…”.

Nuestro Homo Currantis ha dado otro paso dentro de su periplo evolutivo. Seguirá recorriendo el planeta durante 30 años más, con suerte, hasta poder evolucionar a su cuarta y definitiva fase: El Homo Retornaris u Hombre de Vueltadetodo.