martes, 17 de mayo de 2005

Estamos preparados para tí

Madrid, 17 de Mayo de 2005
Buenos y legañosos días. Sé que me estoy poniendo el listón altísimo a base de escribir algo todos los días (falta un suspiro para que me tire un mes sin escribir nada... y si no, al tiempo). Sin embargo lo de hoy no tiene especial mérito. Lo escribí hace ya unos tres meses, mientras comentaba con un amigo, via mail, la cacareada combustión espontánea del edificio Windsor de Madrid y cómo constituía una losa sobre las posibilidades de Madrid de albergar los Juegos Olímpicos de 2012 (año que, mientras no se demuestre lo contrario, no existe, sólo se basa en endebles rectas de regresión aritmética). Transcribo aquí mi opinión de aquellos días:
“Estamos preparados para ti”

Este es el lema que reza desde hace un mes en todos los paneles informativos de los andenes del Metro (y gracias a los cuales no podemos saber cuánto tiempo falta para que llegue el próximo tren). La cosa es que ayer, viniendo en el metro a trabajar, me puse a ojear el periódico del individuo que me estaba clavando el codo en el hígado y leí unas de las declaraciones más estúpidas desde la última vez que Llamazares abrió la boca. El Alcalde de Madrid, ante las dudas que el incendio del edificio Windsor ha creado sobre la candidatura de Madrid a los JJ.OO., proclamaba: “Lo que hemos demostrado es que estamos perfectamente preparados para afrontar situaciones de emergencia”.

A mí me encantaría que los JJ.OO. vinieran a Madrid, daría un brazo y una semana de mis vacaciones por ver las pruebas de piragüismo en directo. Pero también he de reconocer que no me lleva la pasión y conservo aún cierta perspectiva de miras. A ojos de los comisarios del Comité Olímpico Internacional, lo que el alcalde de Madrid quiso decir fue: “Estamos perfectamente capacitados para dejar que un rascacielos de 31 plantas se queme hasta los cimientos y cuatro municipales pongan una cinta de árbol a farola y de farola a árbol que ponga /// policía municipal /// no pasar /// policía municipal /// no pasar”. Parece ser que es un logro que sólo hubiese 7 heridos leves. Si un edificio de oficinas se quema un sábado a medianoche, es de esperar que no haya nadie más que los tres guardas de seguridad de turno (dos jugando al tute arrastrao y el otro dormitando con el Penthouse sobre las piernas). Los 7 heridos fueron los 7 bomberos altamente cualificados que entraron a ver qué se cocía y casi se cuecen ellos. Y a partir de ahí, el superdispositivo de seguridad consiste en rezar para que el viento no tire el edificio, que resiste gracias a que sus vigas de hormigón no se quemaron (que levante la mano el que haya visto alguna vez arder el hormigón) y en llamar a los telefonillos de todos los edificios de alrededor para que la gente salga de casa por si se cae el rascacielos sobre ellos. Claro, si esto pasa en Burkina Faso, la policía tendría que haber aporreado puerta por puerta y si se cae el edificio hay 372 muertos. Resumiendo, nuestros dispositivos de seguridad están a años luz de los de Burkina Faso porque tenemos telefonillos en las casas.

Ya lo estoy viendo, construiremos un pedazo de estadio olímpico de la madre que lo parió con vomitorios lo suficientemente anchos como para desalojarlo en diez minutos y dotaremos de telefonillos de última generación a todas las viviendas circundantes, de forma que cuando el Ultra Sur de turno prenda una bengala, en vez de apagarla y darle una paliza al individuo camino del calabozo, salgan los 80.000 espectadores a la calle a ver el majestuoso incendio por senderos perfectamente marcados con cinta por la policía municipal. Mientras tanto, Protección Civil irá llamando a todos los telefonillos para que los habitantes del barrio puedan salir también a admirar el espectáculo en la explanada habilitada al efecto, a la cual irán llegando también miles y miles de curiosos. Todos podrán ser testigos de una flamígera hecatombe sólo comparable a la disfrutada por los ínclitos ciudadanos de la Roma de Nerón, con la diferencia de que a la salida del metro ya se podrán comprar camisetas y gorras con el lema “Yo estaba allí”. Y cuando las llamas estén en su apogeo, entre explosiones de tuberías de gas y ensordecedores desplomes de cemento, nuestro excelentísimo alcalde subirá a una tribuna y ante los micrófonos y cámaras del mundo entero, aullará brazos en alto y henchido de gozo:

“¡¡¡ CITIUS... ALTIUS… FORTIUS… !!!”

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