viernes, 20 de noviembre de 2015

Contrato de formación

"Dal cela...
  pulil cela..."


martes, 3 de noviembre de 2015

Una de espárragos

El otro día cometí el grave error de darle la mano a un vecino al que hace tiempo que no veía. ¿Habéis sacado alguna vez con la mano cinco espárragos blancos, tiernos y húmedos de una lata de la nevera? Pues esa fue la sensación.

Sólo pensar que con eso se sacude la sardinilla me hace dudar de si amputarme la mano a la altura de la muñeca o del codo.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Paradise Lost

Estando ayer en el cementerio de mi bienamado pueblo paterno, las fuerzas vivas del mismo habían dispuesto, para la santa misa de la festividad de los difuntos, la colocación de un altavoz para que al párroco se le pudiese oir a lo largo y ancho del camposanto, no muy grande, por otro lado.  El susodicho sacerdote (joven, desenfadado y, a mi entender, cabeza pensante del despliegue de watios para mayor gloria propia y de su labor evangélica) comenzó con energía desbordada y acento pampero el oficio, cuyos acoplados ecos hicieron por un momento a los feligreses olvidarse de la picante turra de sol con la que estaban siendo agraciados.

Sin embargo, no iban más de dos minutos cuando la voz se apagó para pasar a ser una lejana vocecilla chirriante en el centro del prado. Una futura ánima, con forma terrenal de señor calvo de camisa a cuadros azules, cruzó en pena el lugar de los hechos hasta llegar al altavoz, el cual golpeó en un lateral para volver al rompimiento de gloria sonora inicial. Dándose media vuelta, intentó volver de la manera menos llamativa posible a su emplazamiento inicial, pero un nuevo apagón reclamó su presencia, girando sobre las punteras a medio camino de vuelta y golpeando de nuevo, con renovadas energías, el sacrosanto artilugio. Henchido de fe, inició de nuevo su camino de vuelta, pero repitióse la misma concatenación de hechos cuando esta vez apenas había llegado a un cuarto del camino. En sucesiva progresión aritmética descendente, ocho golpeos más tarde decidió no abandonar el lugar y enfrascarse de lleno en la batalla, con intercambio de impresiones entre los contendientes cada más o menos 10 segundos.

A todo esto, el oficiante, que había delegado la lectura de las Sagradas Escrituras en un entusiasta y sexagenario monaguillo, hacía de la forma más discreta posible todo tipo de signos y aspavientos al vigilante señor de la camisa a cuadros. Finalmente, y seguro que gracias a ese código mímico totalmente ininteligible para los no iniciados en los altos secretos de la curia apostólica romana, este último se acercó al coche aparcado al otro lado de la tapia y procuró al sacerdote un pequeño micrófono de oreja y un altavoz colgante de pecho. Gracias a ello, pudo iniciar su sermón advirtiéndonos con la suficiencia del que tras muchos lances de la vida habla a los jóvenes aprendices (sacerdote de 30 años, edad media de los feligreses ampliamente superando la de jubilación...) de que aquello a lo que acabábamos de asistir con total normalidad y/o desgana, era en realidad la intervención del mismísimo Demonio para sabotear nuestra celebración, ya que nosotros estábamos llenos de divinidad y eso al Señor de Las Tinieblas le trae por la calle de la amargura.

Tras intentar asimilar lo que acababa de oir y soltar un taco de incrédula admiración, no pude otra cosa que repasar mentalmente las clases de lógica que en 3º de BUP recibí dentro de la asignatura de Filosofía, las cuales, ligadas a años de intensa y heterogénea lectura, me llevaron a deducir 5 minutos más tarde que aquel señor calvo de la camisa a cuadros azules era entonces el Arcángel San Gabriel.

Extasiado y tratando de asimilar el hecho de haber sido testigo de unos hechos tan antiquísimos como cruciales en la historia de la Humanidad, además interpretados en directo por sus principales protagonistas, desconecté la neurona. Había hecho el día, muy probablemente ya no podría ver nada mejor.

A continuación, una foto que saqué con el móvil durante el acontecer de los hechos: