miércoles, 15 de junio de 2005

La sombra de Sandokán es alargada (2)

Derrotado por una camiseta barata de supermercado, a pesar de pasarme toda la tarde del sábado tumbado en la cama, con la vista fija en el gotelé de la pared, sin que se me iluminara la mente acerca del intrínseco significado de la maldita frase camiseteril, me decidí finalmente a pedir ayuda. Salí a la terraza a medianoche y prendí el potente foco que utilizaba para los apuros. Una F gigante dentro de un círculo iluminó el cielo. Diecisiete minutos después, una Renault Kangoo clavaba las ruedas en el asfalto hasta frenar contra la cabina telefónica. Una veloz sombra salía de ella y se metía en el contenedor de basuras, ya que la cabina telefónica había quedado destrozada y la sombra no pudo abrir la puerta por más que lo intentó. Tres meneos del contenedor más tarde, salió de un grácil salto y se plantó bajo la intermitente farola de la esquina, brazos en jarra, capa al viento y observándome desafiante a través del antifaz. Yo le miré incrédulo.
- ¿Por qué montas este cirio cada vez que te llamo, si vives en el tercero?
- Por la misma razón por la que tú no me picas al timbre, gilipollas.

Ya en casa, puse a Falomán en antecedentes del caso. Sin dejarme apenas explicarle las cuatro cosas que ya he contado aquí, me dijo que había que ponerse manos a la obra sin más demora, que no había nada como trabajar sobre el propio terreno, que partía para Malasia ya y que le diera un pasaporte diplomático y 100.000 dólares para los gastos. Ante mi contraoferta de un bocadillo de calamares en Casa Paco cuando volviera, me tendió la mano y bramó “¡hepfcho!”, entre saltarinas migas de las pastitas de té a las que le había invitado.

Tres semanas más tarde, recibí el siguiente informe:

Registro de la Superintendencia Primera de la Autoridad Portuaria
Kuala Lumpur
12:43 horas

Después de estar desde las 7:24 horas (toda la p**a mañana) preguntando a todo aquel que se movía “¿laibrari, laibrari?”, he llegado a este infecto edificio aduanero a base de seguir los dedos índices, y corazón algunas veces, de mis interlocutores. El responsable del garito me ha dicho que aquí no hay biblioteca que valga, que lo que pasa es que me han mandado al puerto porque, como la gente no entendía nada de lo que yo decía, probablemente pensaron que me habían dado permiso para salir de fulanas en un barco maderero y no sabía volver. Esta sospecha parece ser que se vio acrecentada por el hecho de que yo porte mi vistoso traje de superhéroe, ya que es tradición entre los marineros salir del barco con los calzoncillos de repuesto por fuera del pantalón, pues es la única forma de conservarlos limpios a la vez que se evita el robo de tan preciada prenda por parte de desalmados compañeros de travesía aprovechando la ausencia del legítimo dueño. Una mirada por la ventana me acaba de confirmar este extremo, ya que de la marabunta de gente sólo he podido identificar a tres como superhéroes (entre ellos, Capitán Guayominí, ese pedante inglés…).

Continuaré mis pesquisas en cuanto me den el alta en la enfermería, ya que me están suturando el botellazo que esa rata borracha de oficina me ha dado en la cabeza cuando me despedí de él con un “gracias, muy amable”. Parece ser que la expresión malaya “jrafi ashmu yamab le” significa no sé qué de tu hermana.

Seguiré informando.

No hay comentarios: