viernes, 29 de junio de 2007

Plettenberg Bay (Sudáfrica)

Es un caluroso día de primavera austral. La noche cae y la arena me acaricia tibia los pies. Estoy allí, junto a mi hermano, observando cómo el sol entorna los ojos sobre el mar mientras nos tomamos unas latas. Hanno y los demás están detrás nuestro, en el puesto de los vigilantes, poniendo algo de música y sacando más bebida, y otro grupo juega al rugby sobre la playa. Las olas parecen ahora bailar ante nosotros, como mofándose de la batalla ganada un rato antes, cuando intentamos surfearlas durante más de una hora, con más o menos éxito, hasta que una de ellas nos puso en nuestro sitio. Aún me duele la herida de la pierna, sin saber que la marca seguirá ahí 8 años más tarde, para poder cerciorarse de que este día no es soñado. Nunca había estado tan cerca de un tiburón, ni de una mamba, ni de un babuino, ni tan lejos de casa…y todo eso se traduce ahora en una concentración de endorfinas que me hace sentir vivo, pletórico.

Recuerdo que pensé: “A partir de ahora, las cosas pueden ser distintas, pero no mejores que esto”. Fue un punto de inflexión. Y el tiempo ha venido a confirmarlo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sí que ha habido momentos mejores o, por lo menos, iguales. Lo que no entiendo yo es por qué todos tendemos a cagarla en nuestro momento más álgido. Después nos volvemos unos melancólicos de mierda y nos lamentamos refugiados en imágenes de nuestro pasado, vivencias, sonidos… a mí me pasa.